Por Matías López

A medida que nuestro Surf crece y se propaga por toda nuestra costa, transformando vidas, paisajes, y economías, viene bien preguntarnos si el impacto ha sido positivo o no. Es bastante tentador caer en la melancolía de la inocencia perdida; los personajes cinematográficos de antaño; la libertad y el espacio inmenso que gozábamos; la aventura de vivir tiempos pioneros, descubriéndolo todo; la complicidad entre los tablistas, reconocer cada auto con tablas que pasara por cualquier carretera chilena. Quizás lo más extrañable sea la ausencia de pronósticos y la posibilidad de cosechar los frutos de las apuestas, ganarse a manos llenas sin más compañía que tu propia banda, una crecida de principio a fin, sorpresa tras sorpresa. O ser testigos de paisajes aparentemente inmutables, construcciones, costumbres y oficios centenarios, que luego hemos visto cambiar y desaparecer, de la mano del desarrollo turístico y del propio Surf.
El reloj no para y no sabe de nostalgias, por lo que se hace indispensable adaptarse a los nuevos tiempos, aceptar los cambios y compartir el espacio con los muchos nuevos amigos que aparecen en el agua cada año.
Pero quedan las preguntas: ¿Qué sería de Pichilemu, Puertecillo, Curanipe y tantos otros pueblos, caletas y aldeas perdidas, sin el Surf?
¿Seguirían los curas en el monasterio de Punta de Lobos?
Dudoso.
¿Se habría producido la fiebre inmobiliaria de los últimos años en estos pueblos?
Poco probable. No tan afiebrada, por lo menos.
¿Habrían salido niños de estas caletas al mundo, a ponerlas en el mapa, a representar a Chile?
¿Sería un pescador de Pichilemu, nacido y criado en la simpleza, un deportista de elite, líder y ejemplo mundial, una de las voces ambientales más potentes de nuestro país?
Ni hablar.
Nada que hacer con las hipótesis, pero es bastante probable que el “desarrollo” y la “modernidad” habrían ido transformando lugares y sepultando costumbres igual, más lentamente y sin las plusvalías espectaculares (¿obscenas?) que hemos sido testigos, pero en la otra mano, sin la conciencia ambiental y la valoración del mar, su gente y costumbres ancestrales, que el desarrollo del Surf ha traído de la mano.
Gracias al Surf, miles de jóvenes chilenos han conocido y disfrutado intensamente nuestra costa, nuestro Mar y naturaleza, libres y salvajes. Han planteado sus vidas de manera diferente a sus familias y expectativas, han desarrollado proyectos visionarios, han salido de las ciudades.
Se han desarrollado pueblos alrededor de este “nuevo” recurso, la costa dejó de vivir sólo en verano para morir otra vez cada marzo, los pueblos crecen como pueblos, no sólo como balnearios, y ser hijo de un pescador ahora es una valiosa herencia, no una lástima.
Estamos siendo considerados, nuestras opiniones e inquietudes, abiertamente o en forma indirecta, por el resto de los chilenos. Somos muy visibles, tenemos una imagen muy atractiva de vitalidad, aventura, simpleza, valentía, paciencia, inspiramos a gente a hacer lo que ama. Y funcionamos en un espacio público, obligados a compartir un recurso valioso y cada vez más escaso y cotizado, a la vez que efímero. Ganarse en el lugar y momento preciso, o esperar el siguiente, atento.
Ya llegó el momento que profetizaban los tatas pioneros, el Surf se transforma en una fuerza política, que aporta sus muchos valores a las decisiones que impulsarán el verdadero desarrollo de nuestros pueblos costeros y nuestro país, aún una maravilla de la naturaleza, a pesar del maltrato. Los surfistas y otros usuarios de las playas están, cada vez más, en posiciones en que pueden ser escuchados, proponer e influir en las políticas que nos afectan y transforman nuestros lugares.
¿Qué tal una ley de la confianza?
Se construye lenta y sólidamente, se necesita para progresar y tomar decisiones correctas, y se debe manejar con responsabilidad. Muy poca confianza y no puedes avanzar. Demasiada confianza se convierte en arrogancia y tiene consecuencias graves, más temprano que tarde. En la naturaleza se juega libremente, se gana o se paga con brutal honestidad, sin perdonazos ni segundas oportunidades .
El que va a manejar asuntos delicados y que afectan a otra gente, requiere de mucha confianza y debe merecerla. Debe contar con herramientas y poder usarlas, tomar decisiones complejas, ágiles y oportunas. Si falla de buena fé, debe dar explicaciones satisfactorias, y si abusa o traiciona esa confianza, debe pagar fuerte e inmediatamente, recibir el set en la cabeza y salir dando botes por las piedras, bien aporreado y temiendo por su vida, para que no se le vaya a olvidar. Con la confianza no se debiera jugar a la ligera.


Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad del columnista y no necesariamente representa el pensamiento de Chilesurf.