¿Y si tuvieras total libertad de elegir a qué parte del mundo ir, dónde irías?
Marruecos
La respuesta no sé si llegó como un llamado natural, un sueño premonitorio u otra cosa, pero algo me movía a cruzar las puertas de África septentrional. Una vasta región, con clima estepárico y desértico, una larga historia de antiguas civilizaciones y múltiples conquistas, sumado a un idioma imposible de decodificar, eran más que nunca mi fuente de motivación. Y en ese sentido, había un país que tenía todo esto – y mucho más- por lo que tomé el primer avión y partí en dirección a Marruecos.

Llegué hasta la antigua capital del Imperio islámico, Marrakech. Una de las ciudades más importantes del país árabe, con sus mercados de especias, telas, cueros, frutas y su rica cultura del té, me fui perdiendo por las callejuelas del antiguo casco histórico, la Medina. Dominada por un color rojo/ocre van apareciendo antiguos palacios, mezquitas, y los más hermosos albergues con patio interior, los Riads.

Pero lo que me atraía profundamente de Marruecos era ese gigante y seco desierto, el Sahara y el trayecto que debía atravesar para llegar hasta ahí. Un largo viaje que incluía cruzar la cordillera de Atlas y un sinnúmero de pequeños pueblos que aparecían en medio de rocosos y áridos paisajes, verdaderos oasis en medio del desierto. Con el sol ocultándose, me fui internando -montado en un camello y guiado por un bereber, hombre libre del desierto- en las más impresionantes e infinitas dunas de aquel hermoso paraje.

Por Francisco Torres @franciscotorressoza


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