Por Matías López

El Mar estaba movido, era temprano (primera manga, 7:00 am) y empezó la competencia con Merello súper motivado queriendo asegurar un par de Olas rápido, para entrar en confianza, sentir bien la energía y poder esperar con calma una grande y buena. Las derechas estaban bastante mejores, pero como casi todos los competidores son regular e iban por ellas, Cristián iba por las izquierdas, con la misma estrategia que le ha funcionado tan bien en todos los campeonatos. Algo extraño ocurrió en la primera y se le metió el canto externo, empezando el campeonato con un pagón, no muy buena señal, especialmente considerando que es Puerto grande. Y medio tormentoso.

De vuelta rápidamente a seguir con el plan, ahora se le muestra una derecha rápida y movida, se manda con todo y se le clava la punta en la bajada, definitivamente fuera de lo común para uno de los surfers más completos, precisos y preparados que hemos visto, alguien que no se deja afectar por la presión así como así. Ahí empieza lo que para cualquier otra persona habría sido una pesadilla traumante y que hemos visto en generosas repeticiones: varios sets en plena cabeza de Olones agresivos y cuadrados, algunos de agua blanca, seguramente los peores. Merello de lycra blanca, difícil de distinguir, el equipo de rescate frío todavía a esa hora, sin ritmo, y muy poco margen de maniobra entre cada Ola. La tabla partida y el leash cortado, y confiando en el rescate que no llegaba, intentando hundirse a pesar del traje de impacto, sin inflar el chaleco de emergencia y queriendo nadar hacia adentro, poniéndose en una agotadora situación clásica de Zicatela: quedar pegado en la zona de impacto y recibir cada nuevo golpe justo con toda la energía, pues la Ola te mueve hacia la playa unos pocos metros, luego el correntón posterior te devuelve donde estabas antes, justo a tiempo para la siguiente.
Es sabido el truco en esta particular playa, desde los viejos tiempos en que usar leash era considerado peligroso y lo normal era estar sin tabla luego de cualquier pagada, de dejarse azotar por cada Ola sin hundirse, para que te arrastre hacia la orilla y te aleje de esa situación indeseable. La primera hay que sobrevivirla, y luego ya todo es más suave de ahí en adelante, te acercas a la playa, encuentras tu tabla, y si te da el cuero, vuelves a entrar con calma. Contando con chaleco inflable y coordinado con rescatistas expertos, habría sido relativamente sencillo, aguantando el primer golpe, claro. Pero no hubo buena comunicación, falló el plan, y empezó a ponerse crítica la cosa: se pierde la confianza, empieza a faltar el aire, se asoma la cola del miedo y cuesta tomar buenas decisiones.
Al fin, un respiro, recuperar la calma, y gracias a un tremendo estado físico y corazón luchador, nuestro representante vuelve a la carga a seguir con su misión, sin lograr sobreponerse del todo pero sin entregarse ni un poco, y el Mar, mañoso ese día, no le entregó más oportunidades y se tuvo que conformar con esos dos intentos tempranos.
Estamos acostumbrados a la regularidad que lo tiene dentro de los mejores del mundo hace un par de años, pero no nos olvidemos de lo difícil, peligroso, impredecible y caprichoso que puede ser el Mar gigante, y del precio que se paga, tarde o temprano, al querer desafiarlo. Y que de las caídas hay que saber aprender y volver a levantarse. Bueno, ahí está Cristián Merello, cargado de esta nueva experiencia y preparándose para la nueva crecida que ya viene en camino.

Como decía Greg Long, que cuesta hacerse a la idea de verlo de comentarista y no en el agua: Esto tú sólo lo haces porque realmente lo amas.


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