Por Matías López

Marco y Chui eran dos viajeros australianos, de Maroubra en Sidney (Bra boys, antes que supiéramos que eso existía) que estuvieron instalados un par de años en Chile, por ahí por el ´93. Como buenos “aussies”, eran bien aventureros, aperrados a morir, dispuestos a todo por correr buenas olas, y muy expertos. Marco era gigante y guapo, le picaba como loco; Chui era un petiso cara de loco, bastante parecido al demonio de Tasmania que tenía tatuado detrás del hombro derecho, y que como tal era una bola de energía, que no podía dormir si no se había hecho bolsa surfeando todo el día, y en ese caso tenía que salir a recorrer la noche, en el campo o en la ciudad, en busca de acción o una buena borrachera, por lo menos. Estuvieron instalados en Pichilemu, varios meses, Marco ganó un campeonato en Punta de Lobos, cuando había categoría internacional, de categoría, y nacional, cualquier cosa. Después de un tiempo recorrieron el sur, alucinados con lo poco que pudieron conocer andando en bus, volvieron a la zona central, Pichilemu y su “nightlife” y partieron más hacia el norte a una playa perdida que les habían hablado, llamada Puertecillo. Se instalaron como un mes en la Cueva de los Murciélagos, ya que les llovió bastante y no tenían carpa, pero la ola estaba perfecta y no se podían ir. No andaba nadie, era otoño, y corrieron y corrieron hasta que les dio hipo, sin molestarse demasiado con la tremenda soledad, pero ya no había comida y hubo que partir. Fue su lugar favorito en nuestra costa y no paraban de contarnos a los que quisiéramos escuchar, ahí había que comprase un pedazo de tierra y cultivar las canas, con una chilena morena al lado, ojalá. Llegó el invierno, se echó a perder el banco, entendieron que el paraíso tenía temporadas y siguieron hacia el norte descubriendo esta mina de oro de olas vacías, muchas perfectas y casi todas, con tremendo temperamento, llamada Chile.

250

Después de vagabundear un tiempo por el desierto, sin demasiado hallazgo que contar, llegaron a Iquique, se bajaron del bus y caminaron derecho hacia la costa. Les habían hablado de una izquierda llamada Las Urracas y una derecha, La Punta. Con mochilas y tablas a cuestas se encontraron frente a las olas, perfectas y vacías, se buscaron una pensión al frente y se pasaron una semana dándose la torta en “La Punta y La Urraca”, sorprendidos de la calidad de olas, de su intensidad y de no ver a nadie jamás en el agua, pues habían escuchado de una comunidad surfer con años de historia. Luego un día entró un viento feo y salieron a caminar por la costa, y como a un par de kilómetros vieron un grupo de gente apiñado en un cacho de izquierda, bastante débil y deforme comparado con lo que habían estado corriendo, y otra derecha un poco más allá, no mucho mejor. Esperaron a uno que salía del agua y le preguntaron cómo se llamaban las olas, y ahí supieron que eso, realmente, era la verdadera “Urraca”, y más allá, “La Punta”, las dos olas famosas de la ciudad, que claro que son buenas, pero….

¿Dónde habían estado ellos entonces?

Bueno, resulta que las olas que habían encontrado, surfeado solos toda la semana, y a esa altura, dominado al punto de tener marcas exactas con los edificios del frente, eran ni más ni menos, La Intendencia y La Punta Dos, que se hicieron conocidas y consideradas para el resto de los mortales, a partir de ese momento y gracias a estos dos super surfers, que generosamente compartieron su conocimiento con locales y visitantes, haciéndonos un poco más fácil el camino en dos de las olas más intensas y técnicas de nuestro país, todavía temidas y muy respetadas; hoy en día dominadas, cómo no, por los bodyboarders locales.

Marco y Chui no se han vuelto a ver por estos lados.

 

Por Matías López


Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad del columnista y no necesariamente representa el pensamiento de Chilesurf.