Aunque estamos hiperconectados, las noticias sobre inflación, aranceles y crisis globales llegan temprano, casi junto al café. Y para quienes venden equipamiento deportivo —trajes de surf, tablas, zapatillas técnicas—, esas noticias no son abstracciones: son la diferencia entre sostener un negocio, bajar la cortina o ver cómo el cliente fiel deja de frecuentar la tienda.

En el último año, Chile ha mantenido una inflación interanual que ronda entre 4,4 % y 4,7 %, por encima del rango de tolerancia del Banco Central (2–4 %). Al mismo tiempo, el salario mínimo fue reajustado recientemente a 529.000 pesos chilenos mensuales a partir de mayo de 2025, y subirá a 539.000 en enero de 2026. El desempleo, por su parte, se mantiene alto: entre febrero y abril de 2025 la tasa llegó a aproximadamente 8,8 %, mientras la informalidad laboral afecta a más de una cuarta parte de quienes trabajan. Estos datos amplifican los efectos de mecanismos globales como los aranceles, que encarecen los productos importados y golpean especialmente a las tiendas locales sin respaldo financiero.

El dolor real de los trajes, botines y costuras

Pensemos en ejemplos concretos: si un traje de surf cuesta originalmente unos $180.000–280.000 pesos en Chile (hoy superan los $380.000), cualquier alza —por aranceles, transporte o tipo de cambio— puede dejarlo fuera del alcance de un gran segmento de la población. Para alguien que vive con salario mínimo, estas compras se vuelven decisiones de lujo, no de deporte o estilo de vida. Y cuando esas personas ya sienten que sus ingresos reales no crecen por la inflación y el costo de la vida, la tienda local sufre primero: ventas que caen, stock que se acumula, márgenes que desaparecen.

El mercado de segunda mano, la reparación y la extensión de vida útil de la vestimenta deportiva ya no son solo opciones ecológicas, sino de sobrevivencia económica. Es ahí donde muchas marcas grandes, con mayor capacidad financiera, resisten mejor. Pero incluso ellas reconocen un límite: los costos de importar, los aranceles, los combustibles y las tarifas logísticas internacionales presionan a toda la industria.

Lo que hacen otros: visiones distintas frente a la crisis

Marcas como Patagonia llevan años anticipando este tipo de escenarios. Sus claves han sido:

Economía circular: facilitan la reparación de productos (programa Worn Wear), promueven la reventa de ropa usada y alargan la vida útil del equipo.

Propósito por sobre beneficio: en 2022, la empresa fue donada a un fideicomiso (Patagonia Purpose Trust) cuyo fin es usar las ganancias en causas ambientales.

Durabilidad y sostenibilidad: otras marcas outdoor han comenzado a transformar procesos productivos para hacer ropa más durable y reparable, con menor impacto ambiental y menor obsolescencia.

Estas estrategias contrastan con lo que suele ocurrir en Chile: inflar precios, reducir calidad, despedir personal o cerrar tiendas. No resuelven el problema inmediato del costo, pero crean resiliencia y fidelizan a los clientes.

¿Qué podría hacerse en Chile?

Algunas ideas para enfrentar este escenario complejo:

Políticas arancelarias específicas para equipamiento deportivo: negociar acuerdos de libre comercio o exenciones para productos deportivos que no son de lujo, sino necesarios para la práctica.

Fomento a la producción local: apoyar a marcas nacionales de trajes y accesorios con subsidios, crédito blando e incentivos fiscales para reducir la dependencia de importaciones.

Apoyo a la economía circular: promover talleres de reparación, certificación de segunda mano y programas de extensión de vida útil de productos.

Educación al consumidor: visibilizar los costos reales de importar y fomentar el consumo responsable, priorizando durabilidad sobre moda.

Modelos de empresa con propósito: incentivar que marcas chilenas adopten compromisos ambientales y sociales que trasciendan la rentabilidad inmediata.

Mejoras macroeconómicas: estabilizar la inflación, reducir el desempleo y la informalidad, y aumentar los salarios reales para sostener el poder adquisitivo.

Lo que nos jugamos si no cambiamos

El traje de surf es una metáfora. Cuando los márgenes son delgados, cualquier sacudón importa. El riesgo no es solo que suban los precios: es que cierren tiendas, desaparezcan marcas locales y la cultura deportiva se vuelva inaccesible. Que lo premium se vuelva la norma, y lo normativo, para muchos, inalcanzable.

Un arancel no es solo una tasa; es un impuesto sobre la pasión, sobre los sueños de quienes quieren surfear, escalar, pedalear o correr. Si solo sobreviven las grandes marcas, perdemos diversidad, creatividad y arraigo local.

La metáfora del agua fría ilustra bien la situación: los surfistas lo sienten primero, en el peso del traje que ya no se puede comprar. Pero con el tiempo, toda la cadena —la tienda del barrio, el shaper local, el club de surf, los instructores— termina empapada. Y al final, es toda la comunidad la que paga el precio.